lunes, 16 de enero de 2012

Historias del Trepador Azul por la Sierra de Aracena


Animo una y otra vez a mi padre a escribir un libro sobre las vivencias de niño en el campo por la Sierra de Aracena, pero vaya, no hay manera de que se ponga las pilas y lo haga. Me pongo manos a la obra, con un libro sobre las historias de mi familia en Caravales y le animo a que seamos autores, tampoco le encaja y es una pena porque el tío, sabe escribir y tiene unos recuerdos de esos que muchos de nosotros querríamos tener sobre historias de Pasión por el Campo.

Ahora bien, no quiere escribir, pues vale, pequeña trampa que le he tendido para dejaros esta entrada que hace mi padre, pues os presento algunas cuestiones relacionadas con el Trepador azul y que le ha enviado al amigo Antonio Pestana para su libro: Las Aves en la Cultura Popular Ibérica:

El Trepador Azul

Conocido como: Barrera y porterita

                Pequeñas historias:

      Los nidos de barro. Hubo un tiempo en que la vida en el campo tenía "actividades" muy censurables pero inevitables si, como es mi caso, naces y te crías en él. Entre las "actividades cinegéticas" que practicaba junto a mi hermano estaba la de coger nidos y puedo afirmar que los de las "porteritas" había que trabajarlos porque, una vez endurecido el barro  que éstas utilizaban para tapar los "truecos" (huecos) de las encinas, no había forma de romperlo y podía ocurrir que si dejabas el "derribo" a medias, a la vuelta de unos días las reparaciones estaban finalizadas y vuelta a empezar.

                 El jabón casero. Aún recuerdo que nuestra madre bajaba durante el invierno y la primavera (entonces llovía), a lavar la ropa de casa hasta un pequeño arroyo estacional próximo al cortijo, el resto del año lo hacía junto al pozo también muy próximo. Utilizaba como detergente un jabón hecho en casa con los restos de tocino y grasas de la matanza y por supuesto sosa caústica. A veces este jabón quedaba sobre la trepa de alguna encina junto al lugar donde hacía el lavado y allí era descubierto por las "porteritas" que daban buena cuenta del mismo. Lo curioso de todo esto es que nunca les sentó mal porque repetian hasta el punto de que nuestra madre optaba por envolverlo en algún trapo viejo para evitar que desapareciera.

           Sirva este pequeño texto para animar a mi padre a plasmar sus experiencias de campo sobre el papel y de igual manera seguir animando a Antonio Pestana en su afán de localizar y conservar la cultura popular del campo, que como bien dice Pestana: “lo que no se cuenta, se pierde para siempre”.


                                   Una magnífica foto de Antonio Pestana, de la "Porterita"

Saludos, Ivan.